23 Jun Yo sólo quiero bailar…
Termina un nuevo curso y los alumnos mayores se enfrentan a la última reválida antes de acceder a la etapa universitaria, donde comenzarán a fraguarse como profesionales y se consolidarán un poco más como personas.
Aunque afortunadamente para muchos es una etapa emocionante, donde soñar a lo grande, vivir experiencias únicas y madurar, no para todos es así. Pienso en esos jóvenes a los que cuando les preguntas sobre su futuro se les vela la mirada y responden con frases como: “a mí me gustaría hacer… pero mis padres no me dejan”; o “mis padres dicen que no tendré futuro si estudio esto”; o, radicalmente, “mis padres me obligan a hacer esto otro que yo no quiero hacer”.
Cuando me encuentro con este discurso me invade una profunda pena. Me gustaría ayudarles a entender que, aunque es bueno tener en cuenta y considerar las opiniones de aquellas personas que se preocupan por nosotros, no podemos dejar que sean ellos quienes decidan qué debemos o qué no debemos hacer. Esa decisión corresponde a cada uno. Esa decisión nos hace crecer.
No son pocos los casos en los que se observa cómo las inquietudes o, por qué no llamarlos así, los sueños de los jóvenes han de enfrentarse con las expectativas de los padres. En algunas ocasiones, las posturas son radicalmente contrarias; esa disonancia genera en las familias ansiedad e inseguridad, cuando no conflictos o situaciones más problemáticas… A mí me da qué pensar, más cuando hay otras realidades en las que el fenómeno se produce al contrario, y los padres apoyan las decisiones que tomen sus hijos. A estos jóvenes se les ve más felices… ¿casualidad? No lo creo; esta felicidad probablemente provenga de la sensación de respaldo y apoyo que recibe el joven por parte de sus padres. Huelga decir que este apoyo no es algo idílico y exento de compromiso, pues en el momento que la meta está fijada el joven en cuestión deberá hacer todo lo que esté en su mano para alcanzar dicho destino. Y he ahí la cuestión: probablemente, lo haga. ¿Por qué? Posiblemente porque al sentirse respaldado por sus padres, que le animan a dedicarse a lo que entienda como su vocación, el joven vea incentivado un cierto sentido del deber junto con una pizca de amor propio que le lleve a demostrarse y demostrar a sus padres que no se equivocaron al apoyarle. El conjunto de estos factores, casi con toda seguridad, contribuirá a que el joven afronte con más determinación los retos y los esfuerzos que tenga que realizar para prepararse, formarse y alcanzar sus metas.
¿Qué hacer, entonces, ante las situaciones de enfrentamiento? Las disonancias o desacuerdos, inherentes a la naturaleza del ser humano, muchas veces generan heridas, en ocasiones mucho más profundas que un corte o un arañazo, especialmente si se producen en el contexto familiar. Y, como en muchos otros casos, prevenir es mejor que curar.
Por eso, los profesionales de la Orientación y la Psicología animamos a que no se esquiven los conflictos que surjan, sino que se intente trabajar una comunicación asertiva, sana y eficaz entre los miembros de la familia para que las decisiones que se tomen sean lo más consensuadas posibles, todas las partes entiendan los razonamientos que hay detrás de una u otra postura, y que, en caso de resultar opuestas, se pueda alcanzar un punto de conciliación que, aunque no sea compartido en su totalidad, sí preserve e incluso estreche lo más importante: los vínculos y la unidad familiar.
Miguel Valentín-Gamazo – Psicólogo