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Quién maneja a quién

El teléfono que llevamos hoy en el bolsillo, cargado de aplicaciones, tiene cada vez mayores consecuencias en el comportamiento de los jóvenes. Merecen una mención especial las redes sociales.

Instagram y WhatsApp, principalmente, han conseguido desarrollar algo tan distintivo y poderoso como un lenguaje propio. Se han generado términos técnicos que se utilizan en la investigación de este fenómeno, como los de “nativos” o “inmigrantes digitales”.

Si se escuchan los medios de comunicación para jóvenes, o sus propias conversaciones, se pueden descubrir un “millenial”, un “selfie” o un “influencer”. Ésos son sólo algunos ejemplos de los términos de los que están plagados sus maneras de expresarse. Y no sólo las suyas. Probablemente, también las de sus “followers” (a los que se puede confundir con “amigos”).

Pienso en todos esos jóvenes que casi viven para estar pendientes de las “instastories” que “suben” sus amigos, o los mensajes que constantemente se mandan por los diferentes grupos de chat; o aquel que llega a pensar: “mi amigo no me aprecia porque no ha dado a “like” en la foto que he subido”, o “mi amiga pasa de mí porque ha leído mi mensaje, está conectada y no me ha contestado”.

Hace poco debatía con unos amigos acerca de a qué edad es recomendable introducir a un joven en el mundo de las redes sociales. Es alarmante darse cuenta de que cada vez se inician antes. ¿Realmente somos conscientes de qué estamos permitiendo al dotarles de un teléfono móvil? Quizás parte del error consista en seguir considerándolo únicamente un teléfono.

El móvil es sinónimo de acceso a Internet, una herramienta gratuita y accesible a todos los públicos que, además, brinda la oportunidad a quien navega de permanecer en el anonimato si lo desea. Por otro lado, parte de su éxito como herramienta es su potencial poder adictivo.

Por eso no es de extrañar que, cuando se pregunta a los adolescentes, éstos prefieran no tener a sus padres como contactos en las redes. La sensación de empoderamiento que experimentan al saberse libres de la vigilancia de sus padres es muy tentadora. Sabiendo esto, ¿somos conscientes de la cantidad de tiempo que dejamos a nuestros jóvenes imbuirse en sus mundos virtuales, o de lo que sucede mientras participan de él?

En definitiva, planteo dos últimas preguntas: ¿están nuestros jóvenes, los llamados “nativos digitales”, preparados para vivir la era digital? ¿Quién maneja a quién?

 

Miguel Valentín-Gamazo

Psicólogo y orientador escolar