Padres que no miran a sus hijos | Laura Otón | Instituto Coincidir
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Padres que no miran a sus hijos

Hace unos días cubría la presentación de un informe de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD), sobre consumo digital de adolescentes de entre catorce y dieciséis años. Los datos son muy interesantes, pero no lo más importante de ese día. Me vas a perdonar que ponga el foco en la contestación de un adolescente ante mi micrófono: “Mis padres, ni me miran. Me dejan ahí con el móvil que haga lo que quiera, no les importa nada”. Con la vorágine informativa y las prisas de reportera, no te pasa desapercibida la afirmación, pero te ves obligada a seguir preguntando a estos chavales y uno tras otro – pensarás que es casualidad- te das cuenta de que muchos están realmente solos. Cada vez hablamos más de acompañamiento, pero se utiliza muchas veces sin sopesar su significado. Es algo que el ser humano desarrolla desde las sociedades más primitivas para poder sobrevivir: acompañarse del otro en los momentos difíciles, en los momentos de aprendizaje, en los de descubrimiento vital, etc. sin embargo, la situación sociocultural nos ha llevado a una espiral en la que no levantamos los ojos. Porque para acompañar hay que mirar. “Mis padres ni me miran”. Un muchacho percibe que sus padres no posan los ojos sobre él, no están pendientes de lo que hace y, por lo tanto, se les escapa lo que necesita.

Hay una parte de la sociedad que no mira al otro, pero que haya padres que no miran a sus hijos es muy sintomático. No somos nadie para juzgar la situación personal de esos progenitores que, aventuramos, trabajan y hacen lo que pueden para atender a sus hijos en las necesidades básicas. Claro, pero se nos ha olvidado que, entre sus necesidades, entre las necesidades más básicas está el escucharlos, mirarlos y hacer del acompañamiento la única manera de que la familia funcione. No dice “mi padre”, no dice “mi madre”. Dice: “mis padres”. Los dos. Y en realidad con todos los problemas con los que nos encontramos a la hora de reforzar su educación, los expertos nos dicen lo mismo: «Es necesario que los padres remen a la vez, que se muestren fuertes el uno al lado del otro, deben estar de acuerdo en la educación de sus hijos».

Ahí, entramos en la fortaleza de la pareja. La necesidad de construir al unísono en este proyecto que se llama hijos. Cada progenitor tendrá un don -es que no nos ponemos de acuerdo-. Cada uno afrontará los problemas de diferente manera -es que no se inmuta con lo que a mi me duele-. Cada uno aportará una visión -es que me repatea que no piense como yo-. En realidad, el objetivo es que, desde la diferencia, pasando por el tamiz de lo que nos queremos como pareja, consigamos ofrecerles la misma línea educativa. Uno podrá aportar en un momento más comprensión, otro podrá aportar más carácter. Uno le reforzará en lo práctico y el otro en lo emocional. Pero estamos juntos en lo importante: nuestros hijos. Y ¿sabes por qué? Porque nos miramos como hombre y mujer, como esposos. Y esa mirada podemos posarla en ellos si antes la hemos sostenido el uno en el otro y nos hemos recreado en ella. Y nuestro hijo, nuestra hija se dará cuenta que le miramos. Sabremos detectar lo que le pasa en cada momento, si es feliz o si está triste. Si confiamos en el poder de la mirada se derrumbará con un problema buscando una solución. Buscará en nuestros ojos la aprobación, la admiración, la preocupación y crecerá confiado. Y nunca dirá ante un micro “mis padres ni me miran”. Y tu mirada permitirá que conviva seguro en su parte de la sociedad que le está tocando vivir, que se mueva en las redes sociales respetado y respetando. Que socialice con amigos, que tenga tiempo de ocio, que ame, y que se convierta en un hombre o mujer dispuesto a aportar, porque sigue mirando a los demás como le miraron a él.

Laura M. Otón

Programa «Hablar en Familia» Cadena COPE