
18 May Heridas interiores y familia
La persona está hecha para el amor. Necesitamos amor para crecer. La verdad más profunda sobre el ser humano no es ‘Pienso, luego existo’. A Descartes hay que descartarlo. La verdad más profunda sobre la persona es ‘Soy amado, luego existo’.
Cuando, por una circunstancia u otra, no hemos recibido el amor que necesitábamos, o no hemos dado el amor que podíamos, aparece en nosotros una profunda herida interior, una herida personal. Dado que la familia es, por naturaleza y por vocación, el lugar del amor, cuando no se recibe el amor que se necesitaba y como se necesitaba, se producen heridas.
La mayor parte de estas heridas, al menos las que dejan huella más honda, ocurren en familia, tienen como su fuente a padre, madre, hermanos mayores… Así como los familiares más cercanos son la principal fuente de amor, nuestro principal apoyo, por eso mismo pueden ser quienes más nos hieran, pues necesitábamos de ellos reconocimiento, afecto, abrazos, apoyo, valoración, acogida, seguridad, y quizás en algún momento (y no por maldad) recibimos de ellos indiferencia, falta de dedicación, no valoración, culpabilización, agresividad, falta de atención, manipulación, frases negativas, etiquetas… que siguen resonando años y años (‘¡Tienes que…!’ ‘Tú nunca llegarás a…’, ‘¡Eres un….!’).
El caso es que, pasados los años, descubro que ante ciertas frases o circunstancias reacciono de modo desproporcionado. Otras veces, justo hiero a otros (a mis hijos, a mi esposa, a mi esposo) justo donde me hirieron. Otras veces se producen dificultades para las relaciones, o baja autoestima, o un exceso de autocentración, o una cierta agresividad latente y permanente, o estamos instalados en la queja en vez de en el agradecimiento…. ¡Estamos heridos!
Cuando somos niños o adolescentes, no tenemos instrumentos suficientes para afrontar la herida, con lo que solemos ‘sobrevivir’ a través de la pasividad, la huida o la agresividad. Luego, al llegar la edad adulta, nos invaden los miedos: miedo a quedar mal, a no cumplir con las expectativas de los demás, a que no me consideren, a que no me quieran, miedo al dolor, … Y, finalmente, se desarrollan algunas actitudes compensatorias: el perfeccionismo, la entrega desmesurada al estudio, al entrenamiento, al trabajo (para demostrar que ‘soy alguien’), el activismo, la búsqueda de éxito, de reconocimiento, de poder… Todos son mecanismos de compensación de heridas profundas.
Sin embargo, tengo que darles una buena noticia: las heridas más profundas proceden de la familia, pero también el bálsamo para las heridas más eficaz está en familia.
¿Qué se puede hacer en familia para que una persona herida pueda ir sanando y madurando?
La sanación de heridas interiores no se sitúa en el plano psicológico sino antropológico. Por eso, lo primero para una sanación integral es que la persona herida tome conciencia de su dignidad, de que vale infinito. Para eso, la familia ha de dar a sus miembros una aceptación incondicional y un amor incondicional, al margen de la edad, éxito académico o laboral. Da más fuerza sentirse querido que ser fuerte. Y nada nos da más solidez que saber que contamos incondicionalmente con el apoyo de otros. Y esto implica que nos aceptan incondicionalmente y que nos dan cariño, el cariño que necesitamos. Pero dar cariño pasa por actos muy concretos y necesarios: dar abrazos y caricias, alabar y bendecir habitualmente lo bueno del otro, agradecer, tener pequeños detalles de servicio con el otro, darle nuestro tiempo sin escatimarle, en el que le escucharemos con atención y afecto…
Puesta esta base, en familia tenemos instrumentos de promoción del otro en su integralidad: decirle todo lo bueno que vemos en él, ayudarle a la formación de su carácter, acompañarle en la búsqueda del sentido de su vida, mostrarle con nuestro amor que su vida merece la pena…
Puestos estos cimientos habrá que escuchar los dolores del otro sin minimizarlos, pero animándole a que no se victimice y a que mire hacia adelante. En nuestra concepción del coaching y el acompañamiento familiar tenemos siempre una clave: hacia adelante y hacia arriba. Vivir así resulta sanador. Y una familia que viva así, es salutífera.
Xosé Manuel Domínguez Prieto
Director del Instituto da Familia
Director del CAF ‘Edith Stein’