
10 Jun Cómo conseguir ser un equipo en el matrimonio
Te casas con una persona con la que te sientes equipo. Os queréis, sí, y además veis las cosas esenciales del mismo modo, compartís un proyecto vital, os entendéis y disfrutáis juntos. Estáis «en la misma página», utilizando una expresión anglosajona; miráis en la misma dirección, como diría Saint-Exupéry; y todo eso es una base sólida sobre la que construir el compromiso de una vida en común.
Pero no es suficiente. Os dais cuenta en las primeras discusiones de casados y suele ser desconcertante y doloroso, a veces incluso con toques de frustración y desengaño. “¿Nos queríamos más siendo novios?”, “¿Por qué de repente tantas discusiones?”, “A veces no siento que estemos en el mismo equipo”… No hay que alarmarse.
Me encanta cómo lo explica Augusto Sarmiento en su libro Vademécum para matrimonios:
«El verdadero amor se manifiesta no tanto en encontrar una especie de sintonía perpetua lograda sin esfuerzo, como en una lucha por superar los obstáculos que se interpongan para conseguir la concordia y aumentar más la unión. (…) En los matrimonios esa falta de lucha por superar las dificultades en sus mutuas relaciones se manifiesta no solo en las desavenencias y rupturas matrimoniales, sino en el distanciamiento y falta de comunicación aunque se mantenga la convivencia».
Sarmiento toca tres puntos interesantes en este fragmento:
- El amor no fluye solo: una relación necesita que impliquemos la libertad, la voluntad y el corazón para avanzar. Ese ideal que podemos tener en nuestras expectativas de «nos miramos y nos entendemos» puede ser una realidad, sí, pero no es algo automático.
- Superar los obstáculos juntos no es algo que haya que asumir de manera resignada pensando que el amor consiste en aguantar a la otra persona con sus rarezas y manías. El autor habla de cómo esa lucha conjunta «aumenta más la unión», es decir, nos ayuda amar cada vez más y mejor.
- Desentenderse de batallar juntos por una mejor comprensión puede que no rompa la pareja de la noche a la mañana, pero va erosionando y enfriando la relación, y eso supone peligro.
Entra dentro de lo normal que haya muchas cosas —pequeñas y cotidianas, o más “gordas” y vitales— en las que no veáis la situación de igual manera. Y ahí es donde hay que aprender a ser también un equipo.
En una vida en común nos enfrentamos a tomas de decisiones en las que cada uno elegiría de una manera. Para estos casos hay una palabra clave: consenso. Consensuar no es ceder, es tomar una decisión los dos, después de haber escuchado mutuamente las razones de cada uno, pensando en el bien de ambos y no solo en el bien propio. Y, una vez tomada, la decisión es nuestra, aunque la idea inicial fuera de uno o del otro. Cuando somos capaces de consensuar, somos equipo.
Somos equipo cuando aprendemos a sortear conflictos y de un choque inicial conseguimos salir más unidos, porque al arrimar ambos el hombro sentimos propio el proyecto común, que no nos hemos olvidado de lo importante que tenemos entre manos y que estamos dispuestos a dejarnos la piel.
En el equipo que formamos en la pareja, las cargas no están repartidas 50-50. Estamos los dos al 100%. ¿Pero qué pasa si uno no puede poner de sí mismo tanto como le gustaría en un momento concreto (por vivir una mala época por cansancio, enfermedad, problemas laborales…)? Nadie apunta en un papel las “horas extra”. Ni siquiera es un «hoy por ti, mañana por mí», aunque realmente cuando sea el otro quien necesite un empujón, sabe que podrá contar con ello. Pero todo desde el amor y no desde el debe de un balance fríamente calculado.
¿Y qué pasa si la otra persona no ha arrimado el hombro tanto como te habría gustado?
Díselo. Puede que ni se haya dado cuenta. Habladlo. Sin escupir reproches sino exponiendo cómo ha vivido esa situación cada cual y buscando juntos cómo se puede actuar en futuras ocasiones para que ninguno de los dos vuelva a experimentar que «el otro va a su bola».
Ver dónde hemos fallado como equipo es especialmente interesante en situaciones que se pueden repetir (momento de tensión en casa de los suegros, niño que se pone enfermo, elección del lugar de vacaciones…). La primera vez os puede pillar desprevenidos, pero luego no hay excusas. Hay que pensar cómo lo vais a resolver en futuras situaciones similares que volverán a presentarse con bastante probabilidad; tener unas ideas de fondo y, si es necesario, un protocolo de actuación, no dejarlo todo al ir improvisando. Suficientes imprevistos trae luego el día a día. Además, incluso en los imprevistos, si hay un trabajo de equipo en otras circunstancias, cada vez se pueden ir solucionando mejor, con más soltura.
Hablamos de arrimar el hombro y de mirar juntos en la misma dirección pero también es interesante no perder de vista las situaciones en las que hacer equipo es luchar espalda con espalda, cual mosqueteros, como cuenta el poeta Enrique García-Máiquez en este genial artículo: «No ve uno claramente dónde, cómo y a qué se enfrenta el otro, pero da por sentado que le está salvando el pellejo».